Si temes a la oscuridad...
Regresaba tarde del trabajo y lo único que deseaba era simplemente acostarme y dormir, pero una de esas noches me sorprendí saludando a alguien más en mi habitación: "Hola, ya regresé".
Un par de noches más me llegó a suceder, pero siempre pude contenerme antes de terminar la frase en voz alta, quizá porque llegué a temer que alguien me contestase, quizá porque realmente no estaba sola.
A veces me quedaba hasta tarde escribiendo o leyendo viejos recuerdos, perdida en mi pasado o quizá soñando un poco sobre mi futuro, hacía muchos años que no me desvelaba en la profundidad de mi ser, en mis pensamientos, mis añoranzas o cualquier otra cosa que plagara mi mente después de medianoche. Pero entonces comenzaron a suceder, cada noche con más frecuencia, cada hora con más intensidad. En mi habitación no sólo hacía frío.
La primera noche, después de caer en cuenta de mis compañías, comencé a escuchar pesados pasos subir la escalera, algunas veces crujidos, otras veces rebotes. Varias veces intenté esclarecer mis ojos, agudizar mi audición pero jamás encontré algo real.
Pronto comencé a sentir miradas penetrantes, casi como aquellas de un pretendiente celoso. Volteaba mi mirada sin descubrir nada y a la vez, con el terror latente de poder observar algo.
Miradas atrás del escritorio, atrás del armario, atrás de la puerta que separaba el baño. Golpes, pasos, veloces subires y bajares de escalones. Llegué al punto en el que ni cerrando los ojos podía librarme. El único escondite que mantenía a salvo eran los párpados cubriendo las pupilas... Pero cuando lo intenté, estaba allí.
Varias noches me desperté alrededor de las 2:30 de la mañana, sobresaltada, como quien olvida ir a trabajar. Pero no había nada. Quizá sólo la tenue luz de mi celular anunciando la hora que tanto temía, clavándose en mis ojos como dos agujas: 2:35.
Y allí, debajo de mis párpados no había más que gritos, sollozos, lágrimas y gotas de sangre. Una o dos personas conocidas y el resto era vacío. Un frío y punzante vacío proveniente del corazón.
Por poco y se vuelve rutina; cubrirme con todas las cobijas posibles, extender la mano y apretar el botón que apagaba la luz y encendía mis miedos.
Cubrirme el rostro hasta la asfixia como la niña que fui hace 16 años.
Hay cosas que no se superan, sólo se esconden muy bien.
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