Tu realidad...

La última vez que hablamos habíamos peleado. Todavía tenía en whatsapp su última conexión. 
Algo le había molestado de mi y a mi de él... es que a veces era tan terco, tan necio...

Habíamos pasado semanas sin una sola palabra, realmente yo, no lo buscaba porque, bueno... no sabía cómo estaba, pero sabía que "estaba"; que seguía detrás de su pantalla, que estaba en su casa, tranquilo, quizá muy cansado, pero ahí. 

Los últimos meses habían sido difíciles para ambos. Él, intentando encontrarse en el mundo laboral y yo, en mi propio mundo. Él y yo sabíamos que estar juntos era lo mejor para ambos... y a la vez, lo más destructivo. 

Recuerdo cuando estaba en sus brazos, cuando las primeras veces dormía tímida a su lado. Recuerdo las cosquillas, las risas, la confianza... la unión entre ambos. Era tal nuestra conexión y nuestra felicidad, que alguna vez nos preguntamos si sería posible pelear... por supuesto que no, éramos perfectos.

Viví con él los más grandes momentos de la amistad y el amor, éramos tan tontos, tan volátiles... nada nos importaba, nadie impedía nuestra alegría. Para tantos fuimos un misterio.

Estando juntos no importaba nada... ni nadie. Superamos grandes problemas, obstáculos, críticas, nos superamos a nosotros mismos. Era mi mejor amigo, mi confidente... con él podía llorar largas noches obteniendo sus brazos, su calor, las palabras del hombre al que amaba.

A veces incluso podíamos pasar días sentados uno junto al otro, simplemente viendo las personas pasar o nuestros labios encontrarse. Era la clase de personas cuya presencia bastan para llenar la soledad.

Luego comenzaron las peleas... había algo que nos podía hacer pelear: la realidad. 

Esta maldita realidad tan vacía, tan gris, tan llena de dudas. ¡Te dije que no habláramos nunca de ella! Y hablaste. ¡Y tuviste que hablar como aquél maldito día me hablaron a mí!

Como cuando sonó el teléfono diciéndome que fuera a verte... que fuera, que entrara por las puertas de tu casa, la misma por la que tantas veces cruzamos en busca de silencios y sonrisas. Porque esa maldita llamada me encadenó a tu recuerdo, porque aquella noche no iría a decir "te extraño", porque aquella noche no encontraría tus brazos abiertos a mi dolor en tu portón. 

Porque esa llamada detuvo mis horas, borró mi tranquilidad... resquebrajó mi alma. Porque mis minutos se callaron mientras mis ojos veían caer el teléfono tal como caían mis esperanzas... porque jamás volverían a ser suficientes los motivos.

No me pidas que acepte la realidad. No me lo pidas. No me lo pidas. ¡Al carajo con tu estúpida realidad! Tu estúpido cinismo te arrebató de mi... Me arrebató tus alegrías, tus enojos, tus caricias. Me arrebató al hombre que amé, al que tantas veces necesité, arrebató a mi todo de mí.

Porque no soporto la idea de tener que soltar tu mano, que ya no es tuya. Porque no tolero a la gente diciéndome que me calme. ¡Como si ellos pudieran saber lo que estoy sintiendo! ¡Como si ellos pudieran saber que contigo me voy yo también!  ¡No me entienden! ¿Cómo pueden siquiera decirlo? 


¡No me hables al oído, no me pidas que me tranquilice! ¡Jamás aceptaré la realidad! Porque tu maldita realidad me tiene atada a tu pálido rostro. Porque tu perfume se ha esfumado, el calor de tus manos también. Porque no importa que la última vez en esta sala, me hubieses ignorado. ¡Porque hasta tu apatía era más cálida que este maldito silencio! Porque deseo verte una vez más, hablarte una vez más, decirte todo lo que mis lágrimas no alcanzan a gritar.

Tu maldita realidad me ha atado a tu fúnebre gesto, tu maldito afán por mostrarme el peor rostro de la vida me ha confinado a callar mi llanto cada noche en una almohada.


Tu maldita realidad me hace esperar aquí, afuera, como un vagabundo, mirando el listón oscuro que cuelga frente a mí, recordándome que fuiste víctima de ella... Y con la mirada perdida intento descifrar entre tus últimas palabras el secreto de tu vida y de mi muerte: 

"No voy a intentar convencerte"... Prometiste que no lo harías... y hoy estoy aquí, convencida de ti... convenciéndome que ese mensaje sería el último que enviarías, que jamás volveríamos a reír, que jamás nos perdonaríamos. Que jamás volvería a ver tus ojos secando mis lágrimas, tu mirada penetrante... ni escucharía de nuevo tu voz. 

Y hoy estoy aquí, resignándome a ver cómo cierran la puerta de tu cuarto y te retiran en él... para no volver a verte nunca más.


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