Frío
Aún no sonaban las alarmas; ni aquella electrónica, ni aquella natural. Las aves probablemente aún aguardaban, dormían... quizá alguna moría. Noche en tanto la ausencia del sol, día en tanto la ausencia del sueño. Un limbo. Mi sueño.
El agua caía de la regadera. Ningún rastro de vapor, ningún rastro de calor. Sólo yo, mi cabello y mi cuerpo. Decidí apresurarme a tomar una ducha, aun cuando ésta carecía de la suave caricia que propicia un baño, al menos, tibio. La gotas astillaban mi piel, mi calor se desvanecía con su terca caída. Los ríos se formaban alrededor de mis piernas, seguían la dulce silueta y se quebraban en mil pedazos al tocar tierra. Se formaban vertientes en el abdomen, se unían a la cascada del cuello, vibraban.
El cabello fino cubría la espalda, cubría los senos, cubría mis ojos. Los brazos se apresuraban ante la frívola tempestad del agua, del tiempo, de los recuerdos. Dolía, dolía inmensamente como una carga, una bofetada o tal vez, un puñal. Dolía el pensamiento y dolía el matiz, dolían con ellos el cuerpo y las horas, dolía la mística combinación de fracasos y presente.
Pero el tiempo se detuvo... porque no tenía importancia, porque de cualquier modo debía suceder, de cualquier modo ya estaba allí. Y me detuve... ante el siniestro vacío y el frío dolor, y dejé que corrieran mil leguas los ríos, y dejé que los ríos se quebraran, y me dejé quebrar con ellos. No se contuvo. Lloví.
Lloví pero me perdí entre el agua. Lloví pero mi frío se perdió entre ella. Lloví y el sollozo se perdió en la inmensa laguna de la hipotermia, en ti.
Y recordé tus besos. Y recordé tus caricias. Y recordé tus silencios... y se enchinó la piel. Y entraste en cada uno de mis poros y recorriste cada uno de mis huesos y navegaste por mi sangre y te colaste en él. Y tu recuerdo me congeló el alma y el ser.
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