De vuelta al submundo.

Salí, oprimí un botón como quien oprime su sentencia a morir. Ya no pertenecía allí, ya no era parte de esa comunidad, no era más que una extranjera en aquél mundo unilateral.

Y entonces volví a nacer. Mis ojos abrieron aquella delgada capa de inmadurez, mis pensamientos se conectaron a mi habla, mi mente se unió a la vida. Y era estúpida como solo yo. No sabía ya escribir, no sabía ya leer, no sabía nada acerca de lo sucedido el último trienio. Era como si hubiese estado en coma durante un cuarto de mi vida, desde que aquello se volvió tan relevante para mí.

¿Qué se hace después de perder la vida? ¿Qué te pertenece después de tantos años? Me sentí sola, vacía, incompleta. Creía que el mundo despertaría conmigo, creía que pronto volvería a correr por los parques, sentir el aire fresco hurgar entre mis cabellos... pensé de más, soñando que tenía una vida que me esperaba. Mas no fue así.

Mi vida tomó una pausa desde aquél día; desde que unir mis yemas a las teclas del ordenador se volvió la única forma de comunicarme con el mundo. No hablaba, no pensaba, no reía, no veía las cosas en sí. Todo tenía un sentido estúpido, desmoralizante, una especie de paranoia. Pero ahora estaba aquí, en juicio con el tiempo y el espacio y ya no había marcha atrás: estaba hecho.

¿Cómo renacer a los 19 años? ¿Cómo recuperar lo perdido si lo perdido era yo? Si mi esencia, mi ser, mi alma estaba quebrada, desenlazada de mi cuerpo... y lo que quedaba de éste último, no era sino la sombra de lo que alguna vez fue. 

Ya poco tenía sentido. Todo por lo que alguna vez luché ya no estaba allí... se había ido como las olas de la playa; víctimas del tiempo, serenas, imperceptibles. Mis amigos no eran los míos, mis recuerdos no eran los míos, mi hogar no era el mío, porque yo misma me había perdido. ¿Quién era yo ahora? Seguramente no más que materia ambulante, no más que la nada. Y todos a mi alrededor eran lo mismo: cuerpos iluminados artificialmente en el rostro, encorvados, ensimismados, deseosos de tanto y a la vez de nada.

Y volví al submundo, a aquellas aguas de tinieblas donde quien ríe al último, ya no vuelve a reír.