Rencores
Me senté en medio del silencio y la oscuridad. Contrario a lo que había sentido desde mi niñez, el negro ante mis ojos no me provocaba miedo ni ansiedad... Estaba sola, con esa soledad que trae escalofríos al cuerpo y memorias a la cabeza, pero nada más. Tuve tiempo de mirarte de cerca, una última vez, como una proyección de mis anhelos por tenerte ahí. Te esfumaste con la ráfaga de aire que cada vez se hizo más intensa. Luego nada. Luego ella. Con la mirada perdida en el infinito horizonte de su vacío. Una muñeca inerte, un tanto tétrica, un tanto yo... un tanto el reflejo de mi oscuridad.
Con las ojeras de meses de desvelo, con el cabello cayéndole sobre las mejillas, con los las manos naturalmente caídas de su silla, con la joroba y la cabeza de lado. Con su tristeza y su sarcasmo, con la expresión en la boca que denota la nada. Con los ojos reteniendo pensamientos.
Sólo ella y yo, sentadas una frente a la otra, yo esperando encontrar en ella un rastro de vida, y ella lejana, ajena a mi, pero indiscretamente enlazadas a mitad del tórax. Se abrieron sus labios como si las palabras se quedaran entre ellos, no salió luz, ni sonido, pero viajé en ella. Vi algo más que inercia, vi lágrimas finalmente caídas, vi un fogón en su mirar y una rabieta entre sus dientes. Tan bella, tan frágil, tan vacía. ¿En dónde te perdí? Le pregunté. ¿En qué momento te apartaste de mi mano? Grité. Sabía que yo la había abandonado en algún lugar de la habitación, sabía que me reprochaba en su prolongado callar el rumbo que yo había tomado. Pero ella no quiso seguirme. Lo sé. Sé que yo no la aparté de mi, pero sé que no la sostuve lo suficiente. La dejé ir, y ahora la buscaba en medio de sus horizontes. Caminando en sus ojos, gritando, llorando, desesperada por mi, pero imposible de alcanzar. Mientras, ya había dejado atrás su ser, se había abandonado a sí misma en busca de mi. Y no me encontró. Y era mi culpa por dejarla ir.
Voces, pasajes, eventos volaban alrededor de ambas, intentando atraparnos y al momento desvaneciéndose en el pasado. Intocables, invivibles, impropios. Porque ya no eran nuestros sino de alguien más, porque ella no era nadie y yo menos aún. Porque ella estaba muerta mientras yo la veía morir. Más me buscaba, más la buscaba. Pero el ruido del rencor desvanecía mi voz. Perdóname. Perdóname tú. Y entonces desapareció. Y me dejó un golpe grabado en el corazón. ¿A dónde había ido sin mi? ¿Por qué me condenaba a al vacío?
Y el fuego se apagó, y me encontré. Y recogí las manos de la silla, y recogí mi cabello. Y las ojeras desaparecieron, y el horizonte resplandeció. Y volví a vivir, porque murió. Porque ella no tenía que estar aquí más.
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