La gente tiene miedo
La gente tiene miedo.
Miedo de que la vean, la escuchen, se burlen de ella.
Y no es difícil de saber.
Llego a clases, un día de examen como cualquiera de los que he vivido, un día normal como cualquier otro desde que voy a la escuela. Todos preguntando ¿Estudiaste? Jamás estudio para un examen, respondo. Me miran incrédulos. No saben que digo la verdad, que sólo hojee unas cuantas páginas, pese a que no he entrado a clases últimamente. ¡No manches! Se escucha mientras llega un profesor, uno igual de temeroso que ellos. Pasan las hojas, voltean y murmuran entre sí. Sé que el profesor me ve, sé que piensa que he faltado, se que piensa que no sé qué responder. Yo sólo sé que ese examen no me determina, sé que soy más que él, sé que una hoja de papel no puede resumir todo lo que pienso acerca de esa basura. Salimos, todos preguntando ¿Cómo te fue? Tienen miedo, miedo de reprobar, miedo de sacar 5 y que no les sume el promedio, tienen miedo de llegar a final de semestre debiendo una materia.
Pasan los días y sacan 7, 8, 9. ¿A quién le importa si ya han pasado? Pasaron con 8, igual de mediocre que el 7 y que el 10 mal ganado. Igual de mediocre que ellos. Es sólo miedo.
Llego un día al trabajo. ¿No viniste a trabajar? Te van a correr. Creen que ese lugar es cómodo, seguro, certero y les pagará la comida de por vida. Piensan que han llegado. ¿Habrá algo mejor que trabajar? Sí, que me corran, que me ahorren la molestia de una excusa idiota como tantas les gusta oír, que me ahorren el tiempo y me corran. No saben que lo mío es temporal, no saben que estoy ahí paseando como viento entre las olas, no saben que más temprano que tarde me iré, porque no me resumo a una silla, porque no me resumo al mimetismo, porque puedo ser más. ¿Cuánta gente muere a diario en esa silla movediza? ¿Cuánta gente se desprecia por unos cuantos pesos? Mi mayor temor es morir ahí, en lo invisible, lo cómodo y lo certero.
Un día despierto con cinco llamadas perdidas y mensajes de whatsapp. ¿Dónde estás Silvana? Me preguntan algunos compañeros de salón. ¡El profesor está recibiendo los trabajos finales, sí llegas! Agradezco tanto su atención pero siento más pena por ellos que por mi. Incluso cuando trabajo en equipo siento más el pesar por ellos que por mi. Mi responsabilidad está bajo mis manos pero creo que aún no lo saben. Tienen miedo por mi, de que falle, de que no termine la universidad. Tienen miedo de que les falle, tienen miedo de que me falle, cuando ni siquiera yo tengo ese miedo. Yo estoy bien. Sé cuantificarme, sé cualificarme, sé mis trucos y mis baches, me conozco, sé mis límites y mis derroches. Ya superé el estrés, el desvelo, ya superé la preocupación por nimiedades, ya superé el enfermo espíritu estudiantil. No nací para leer sino para ser leída, no nací para admirar, nací para ser admirada, no nací para consecuencia, nací para ser motivo. Pero incluso la gente tiene miedo de que lo diga; Te tacharán de ególatra, te dirán creída, te llamarán arrogante. Como si las palabras de personas que no reconocen la grandeza que hay en sí mismas fuera motivo para que yo subestimara la mía. Como si fuera problema mío que ellos no tengan capacidad de abrir la boca y hablar de sus cualidades, como si mi luz tuviera que apagarse para no ofender sus opacidades.
Un día en el transporte público alzo la voz entre mujeres ensimismadas. Y me dicen bájate, y me dicen cállate y me dicen ¿Por qué defiendes a los hombres? Como si no tuvieran padres, hermanos, hijos. Y me llaman loca y me comienzan a empujar. Y algunas voces me dicen "No podrás con ellas, son muchas" Como si la vulgar muchedumbre pudiera contra el razonamiento. "No conseguirás nada, mejor no hables" Como si mi voz, mil veces más educada, mil veces más coherente tuviera que verse ensordecida ante el tumulto de gritos y chiflidos provenientes de una sociedad putrefacta y obsoleta. Como si mi voz no tuviera el suficiente resonar para silenciar la mediocridad, la estupidez y la bochornosa tradición de la paranoia. Me dicen que me calle, como si no hubiera podido ir contra la corriente antes. Y no es más que miedo, de que me golpeen, de que se exasperen, de que la idiotez le gane a la coherencia... Y sigo hablando, porque las palabras no duelen, porque los golpes no lastiman, pero el silencio, la pasividad y la resignación hieren de por vida el alma y destrozan cada rincón de la dignidad.
Un día pierdo una amiga, un día pierdo el amor. Y me dicen ¡Ve tras ellos, jamás encontrarás alguien igual! Porque tienen miedo a la soledad. La soledad que tanto admiro y tanto anhelo. La misma por la que me he descubierto, la que me ha permitido verme al espejo y reconocerme. Y me dicen que no sea dura con la gente y me dicen que les mienta para no hacerles sentir mal. Y me dicen que sea dulce, cálida, que soporte sus caprichos y necedades, que deje a un lado mi carácter, que me quedaré sin amigos y sin amor por mi forma de ser. Creen que un montón de gente les llenará el vacío que dejó su autoestima y su personalidad, creen que la compañía de las personas vale más que la de uno mismo, creen que rodearse de personas compensa la pérdida del ser interno. ¡Qué se vayan, que me vean mal, que hablen a mis espaldas si no les gusta cómo soy! ¡Que de mejores personas me he separado y sigo viviendo, amándome cada día más! ¡Que se vayan y cierren la puerta al salir, que no pienso dejarme por ir tras de alguien más! Pero ellos siempre buscan quedar bien... Pero la hipocresía les va bien cuando necesitan un favor de ese del que tanto hablan mal. Ojalá supieran que no tengo esa necesidad. Ni mendigar, ni rogar, ni pedir que para eso me tengo. Que miedo les da no tener alguien que les ayude a levantarse, como si no supieran que tienen articulaciones. Que miedo les da no tener alguien que les responda, como si no supieran que hablarse a sí mismo engrandece la sabiduría. Que pena el pensar que alguien ajeno vale más que uno mismo, que pena porque es justamente eso lo que aleja a las personas.
Ya les he demostrado que la gente tiene miedo.
Y vive a raya para evitar caer al precipicio.
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