Ella
Me encantaba platicar con ella, frecuentemente era la única que comprendía mis palabras. A veces decía cosas sin sentido y estaba bien para mí. Su compañía era algo especial, era mi confidente y cómplice, pocas personas logran serlo hoy en día, eso la hacía aún más auténtica, su capacidad de comprender mi sentir, sus consejos, a veces parecía que sólo estábamos ella y yo.
A la gente le incomodaba de vez en cuando la relación que llevábamos, solían hablar a nuestras espaldas; "locas" nos decían, y decían también que nos consiguiéramos distintas amistades, que buscáramos allá afuera, que abriéramos los ojos al mundo... abrir los ojos al mundo no era mi prioridad, y ella estaba de acuerdo conmigo.
A veces llorábamos juntas frente al atardecer en mi cuarto, cantábamos canciones, escribíamos poemas, era como si cada palabra mía, ella pudiera predecirla y cada pensamiento suyo, yo pudiera anticiparlo. Cuando me sentía sola le escribía cartas, ella jamás contestaba, sabía que yo aborrecía los consejos y los prejuicios, ella lo sabía, jamás me contradecía o juzgaba, sólo se limitaba a escuchar en silencio, con la mirada abajo y los cabellos cubriendo sus hombros. Era la mejor compañía.
Convivíamos egoístamente, algunas veces ella soltaba frases que no me gustaba oír, pero no le importaba. Otras, yo actuaba a mi modo sin importar su opinión, ella se enfurecía, me encantaba su modo de rabiar, sus mejillas se coloreaban de rojo cereza, su ceño se fruncía y hacía una contracción en los labios. Era realmente hermosa cuando se enojaba, me gustaba hacerla enfurecer, me gustaba tener conciencia de que mis actos podían influir en ella y supongo que también lo disfrutaba.
Pero su belleza se hacía mayor cuando era feliz. Era como una tierna niña, era dulce y armoniosa, brincoteaba de un lado a otro, sonriendo, con los ojos iluminados viendo hacia el cielo. Se perdía en ese ritual de felicidad; a veces gritaba estupideces, llegaba cantando al salón de clases sin que le importara nada. Recuerdo verla entrar en esas cuatro aburridas paredes, arrastrando las palabras de su canción favorita, entre labios inentendibles y un corazón sumamente descifrable. Era predecible cuando sonreía. Se podía ver en el brillo de sus ojos y en el rictus de su boca, lo más frágil de su ser, como porcelana o seda, era delicada y sensible, despertaba en mí el sentido protector, jamás iba a permitir que le hicieran daño, jamás nadie iba a tocar el corazón noble que guardaba.
Me sentía dichosa por tenerla, me enorgullecía cada vez que la veía triunfar. Ver su presencia en algún escenario, escuchar su voz en algún evento, ver su esfuerzo reflejado en reconocimientos y diplomas. El éxito se desbordaba de su vida, yo la admiraba, anhelaba llegar a ser como ella.
De vez en cuando la veía sufrir, pero pocas eran las veces comparadas con mis desgracias. Casi siempre ella me sostenía a mí y no yo a ella. Ella era fuerte, sus sueños, sus metas y su amor a la vida la hacían fuerte... en cambio yo... yo quién era a su lado. Ella me hacía sentir digna de mí, me contagiaba su luz, me enaltecía el pensamiento. Me hacía pequeños obsequios, a veces me regalaba silencios, atardeceres, canciones... alguna caminata por debajo de la lluvia.
Si, discutíamos y eran pocas las veces en que dejábamos de frecuentarnos. A veces la envidia me hacía apartarme de su lado, quería vivir otra vida, respirar otro aire, conocer todo lo que había perdido por permanecer siempre junto a ella. Me atraían cosas distintas, no eramos siempre similares. Ella lo sabía, sabía que mi carácter era totalmente contrario, siempre buscando riesgos, deseando el peligro, vivir al borde del abismo tentando a la gravedad hacerme caer. En cambio ella era modesta pero inteligente. Medía riesgos, mediaba mi vida. Por eso yo la aborrecía tanto, por mediar mi absolutismo, por dividirme, por quebrarme en dos. Por evidenciar los miedos que nunca tuve, por acrecentar el diluvio que había dentro de mí. Por eso aquél día decidí dejarla, cerrar mi razón ante sus palabras, cegar mis ojos ante su perspectiva... olvidarla y vivir lo que me a mi vida le correspondía. Yo merecía vivir mis propios sueños, mis propios éxitos, mis propios fracasos.
Aquella mañana desperté sin saber de horas, días o años, sin saber siquiera cuánto había dormido. Bajé las escaleras, sentí algo diferente... entonces me observé reflejada en el espejo y mis pupilas se dilataron...
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