Teatro
Hoy, ayer hace ocho años conocería y perdería a quienes mayor relevancia tenían en mi obra; protagonistas y villanos, todos aquellos que formaban parte de mi hermoso guión. Ya no estarían y con ellos se caería el telón. Sin ellos terminaba la función.
Al centro del escenario me encontraba parada, ante el público figuraba una silueta incompleta, inerte, desconocida. Luego estuve sola, merodeando entre el arriba y el abajo, mirando cómo las luces se apagaban detrás de mi, escuchando que el silencio inundaba aquello que alguna vez fueron risas y lamentos.
Ocho años se encerraron en aquél teatro, y con ellos yo. Jamás sabré qué fue de la obra todo ese tiempo. Había carteles regados por las avenidas, anunciando aquello que parecía nunca haber existido, no había forma de saberlo, nadie había estado allí para desmentirlo.
Años en que las cortinas permanecieron abiertas, como quien abre los brazos al ser querido, brazos mismos donde nadie se posó. Butacas vacías, camerinos vacíos, nadie que oyera, nadie que hablara, nadie que lograra comprender a la actriz que continuaba allí bajo la pálida luz de algún foco prendido.
Hoy, ayer ocho años después la obra renació, las puertas se abrieron, el público se conmocionó. Pero esta vez los personajes no importaban, esta vez estaba consciente de que con o sin ellos, debía continuar la función.
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